Sitio de interés: zona del Carrizal

Internarse en lo profundo de la zona del Carrizal de Bella Vista siempre es una experiencia fascinante.  Con pocos accesos, la propuesta es muy válida y si bien se halla restringida la circulación por consecuencia de la pandemia, podemos hacer un recorrido a través del prisma del fotógrafo oficial. Cabe decir que la incursión está organizada y autorizada por la Dirección de Turismo que por éstos días trabaja en las nuevas estrategias de posicionamiento, utilizando las vías que impone la actual virtualidad comunicacional.

El Carrizal solo aparece hacia el norte del puerto y se extiende por varios kilómetros formando una franja de no más de 3.000 metros entre el río Paraná y la porción departamental recostada sobre el Este de Bella Vista. Nuestra ubicación geográfica es a 9.2 kilómetros de la ciudad sobre la costa y para llegar allí primero hay que transitar un camino de servicio de los antiguos vendedores de paja –gramínea que aparece en grandes cantidades-, un material vegetal que normalmente se usa en cultivos y techos de viviendas ó quinchos.

El camino al dejar la Ruta 27 desciende naturalmente atravesando una espesa vegetación de aspecto selvático donde se destacan las arboledas autóctonas tupidas de curupíes, tala, lapachos, chivatos y tacuaras donde por lo bajo se pueden encontrar cursos pequeños de agua que conforman manantiales que los pobladores utilizaron desde antaño aprovechando este recurso de la naturaleza no solo para beber sino también para cultivar.

Al abandonar los montes la travesía se impone en un paisaje plano donde es evidente que las aguas del río -cuando éste desborda- será ocupado creando un humedal de exóticas plantas y fauna predominante de carpinchos, yacaré y sábalos. Este no es uno de esos estadíos dado que las precipitaciones fueron escasas durante los últimos 5 meses y en el Carrizal solo se ven los bajos de otrora aguadas, donde la tierra se resquebraja y los pastizales amarillentos denotan la temporada sin lluvias.

Al atravesar los pajonales solo los vientos cálidos se hacen notar y habrá que ir con cuidado porque en el sendero casi inutilizado salvo por los puesteros y alguna campaña de corte de leña, los arbustos espinosos se balancean sobre el camino mezcla de arena y arcilla. Al cabo de un par de kilómetros la arboleda ribereña anunciará la cercanía del río y a partir de allí el visitante inflará los pulmones para dejar atrás la polvareda y respirar la frescura del Paraná.

De antemano la excursión indicará que el punto de llegada es uno de los históricos pesqueros llamado “El Puente” sobre el riacho homónimo; un curso que viene atravesando el departamento desde el noroeste para desembocar en el imponente río que hoy registra una bajante extraordinaria con solo 0,95 cuando el promedio histórico ronda los 3 metros en la escala local.

La escena describe un desierto de arena y el arroyo es solo un hilo de agua que recoge mínimamente los fluidos de manantiales y lagunas en agonía. Sobre la costa las barrancas muestran los socavones que la corriente provoca dejando las raíces colgadas y los colores de las capas de tierra arenosa, arcillosa y por momentos de una intensa coloración rojiza aparecen para el deleite del espectador.

En el escenario se impone además el Pennisetum purpureum –conocido como Pasto elefante- que deja abiertos senderos angostos por donde se puede recorrer la rivera encontrando al paso ejemplares de sauces e ingá que configuran una estructura vegetal que sufre al igual que la depredación íctica, un permanente desmonte que merece una adecuada pero nunca provista protección por parte de los entes estatales.

Sobre los inmensos arenales la cámara detecta una familia de caimanes, los bien llamados Yacaré que asolean sus cuerpos con las fauces abiertas regulando su temperatura e integrándose a un combo faunístico de aves acuáticas como el Cormorán negro (Mbiguá) y las Garzas; mientras a la vera se verán Carmesíes, Pájaros carpinteros y Alonsitos. Ni hablar de los ensordecedores Monos aulladores carayá negro que parecen inquietarse ante la presencia de la Nikon D5100.

Un viejo pescador habrá de hacer las veces de orientador para saber que unos mil metros más abajo está el otro pesquero de desagüe tradicional: el Pirá Ñaró. Si se amplía la c

Es fácil recorrer las planicies de arena porque el río está lejos en su cauce más profundo y eso permite caminatas largas observando el lecho de piedras y árboles derrumbados que estuvieron permanecieron ahí bajo el agua desde hace casi 50 años. El dato surgirá de una breve conversación con el solitario mariscador con línea de mano que vió una bajante similar entre agosto del ´71 y marzo del ´72.

Si la charla se extiende el visitante podrá escuchar historias del viejo arroyo donde alguna vez existió un puente de madera que sirvió a los fines de trasladar el ganado hacia áreas más fértiles; una costumbre muy utilizada hasta la actualidad por los criadores de la zona. Serán historias de un enclave de la primera mitad del siglo pasado y para ello la imaginación hará el resto.

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